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[Luis Luján presenta] Leyendas urbanas: El fantasma de la celda
Escribe: Prof. Luis Luján
Estamos transitando el tercer milenio de la humanidad, pleno auge de las comunicaciones, de la cibernética y las ciencias. Y aunque se crea que todo ha sido inventado ya, la mente del hombre pareciese no tener límites. Cada vez se fabrican vehículos más potentes, telefonías más complejas, invenciones inimaginables.
Las personas están cada vez más dependientes de los avances incesantes de las tecnologías, motivo por el cual cada vez se complejiza más la educación y la preparación de los jóvenes para afrontar las nuevas demandas en el mundo laboral. La gente va tan apurada de un lado a otro que pareciese ser que ya no hay espacios en mentes para crear y creer en elementos fantásticos como los mitos y leyendas.
Y si consideramos que Villa María es reconocida actualmente como “La Ciudad del Conocimiento”, atribuida por las más de ciento treinta carreras universitarias y terciarias que ofrece su polo educativo, es loable entonces pensar que pocas personas podrán obsesionarse con elementos sobrenaturales o fantásticos, y mucho menos, los policías, quienes tienen la noble función de servir a la sociedad previniendo y reprimiendo conductas delictivas.
Pero la realidad pareciese ser diametralmente opuesta a lo pensado, porque, aunque los hombres y mujeres que visten uniforme azul, tuviesen las mejores armas, los bastones más eficaces, las esposas más seguras, nada de eso podría detener al fantasma de la celda en una de las dependencias policiales de la ciudad.
No se tiene certeza desde cuándo comenzó a hacer su aparición el ente, pero desde hace más de veinte años decidió habitar la celda policial. Y lo curioso de todo es que no es solamente un fantasma, sino dos, una mujer y su hijo, un bebé de pecho.
Según comentarios de personal femenino, encargado de la custodia de esas celdas, las primeras informaciones que tuvieron de los espectros fantasmales, fue denunciado por una mujer que estaba detenida, quien declaró estar durmiendo por la noche, y fuera repentinamente despertada por el llanto de un bebé.
Cuando abrió los ojos observó a una mujer envuelta en llantos que caminaba por la celda meneando en brazos a su niño. Lo curioso es que no recordaba en qué momento había ingresado esa otra persona. Minutos más tarde viene un policía a pedirle que deje de llorar porque iba a despertar a los otros detenidos, y allí ella advirtió que se trataba de un fantasma, y éste había desaparecido.
En otro momento, cuando se realizaba el cambio de guardia, un sargento comenzó a verificar el estado en que recibía su puesto, y cuando leyó el informe de que no había detenidos, comprobó con desagrado que en la celda número uno había una mujer con su niño en brazos. Rápidamente regresó a la oficina de guardia a reprochar el error en el informe, y el policía del turno saliente se dirigió hacia la celda señalada, y la misma estaba vacía.
El rumor comenzó a correrse por toda la repartición policial. Muchas veces eso fue motivo de bromas hacia los que estaban destinados allí. Una noche, una joven mujer policía estaba sentada en su escritorio realizando sus quehaceres habituales cuando observó el paso de una persona por el pasillo de la dependencia.
Era más de la medianoche. Rápidamente se dirigió hacia ese espacio sorprendida porque no había ingresado nadie, y sus camaradas de guardia estaban en otro sector.
Movida por la curiosidad, persiguió a la figura de una mujer, tan joven como ella, en dirección hacia las celdas. Cuando le impartió la orden de detenerse para que justificase su accionar, la otra traspasó las barras metálicas de la celda número uno, alzó a un bebé que estaba en el suelo, y comenzó a llorar desconsoladamente.
La mujer policía corrió desesperadamente pidiendo ayuda a sus camaradas, y éstos llegaron a toda prisa creyendo que estaban atacando a la sede policial. La uniformada se desmayó antes de que pudiese comentar lo que estaba sucediendo.
Entonces, los otros policías comenzaron a oír un llanto que provenía de las celdas, y se dirigieron con toda cautela hacia allí. No encontraron el origen del llanto, pero sabían bien a qué se estaban enfrentando.
Muchos policías, especialmente mujeres, solicitaron el traslado hacia otros destinos. Se dijo que cierta vez trajeron a un sacerdote para ahuyentar ese espíritu que vagaba por los calabozos, pero lo cierto es que, aún hoy, se oye el llanto y se percibe la figura del fantasma de la celda número uno.