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Francisco Pérez, 73 años arreglando bicis: El “vicio” del ciclismo, los récords que poco importan y el abrazo de su padre
Nació en Villa María en el ´41 y empezó a trabajar en el taller de su padre en el ´50. Desde entonces y de manera ininterrumpida, don “Pancho”, como le dicen en el barrio, arregla las bicicletas de dos ciudades. Tras una década como corredor profesional y al poco tiempo de casarse, abandonó las pistas para siempre. “La bici es un vicio… Conocí a varios que les costó la familia”, dice a los 82 años desde su búnker de Villa Nueva.
Escribe: Iván Wielikosielek
“Fue en diciembre de 1950. Habían terminado las clases y como mi padre no quería que sus hijos anduvieran por la calle, nos dijo a mi hermano y a mí: el lunes me empiezan a ayudar en el taller… Yo tenía 8 años, y desde ese lunes que todavía estoy aquí…”, dice Francisco desde su taller de calle Buenos Aires al 339, repleto de cuadros antiguos colgando del techo (“mormonas” inglesas, media-carrera italianas, “Peugeot” francesas)… Y su voz suena metálica y distante con un eco de fierros y piñones del pasado.
“Son 73 años arreglando bicis… No sé si será un récord o qué, pero no me importa. Cuando corría, tampoco me importaban los récords; lo único que quería era hacer lo que me gustaba. Y las bicis siempre fueron mi vida…”.
-Sin embargo, su paso por el profesionalismo no duró mucho…
-Es que tenía que elegir entre seguir corriendo o cuidar el matrimonio… Las bicis son un vicio… No te rías, de verdad te digo… Conocí a varios que les costó la familia, que perdieron todo por salir a correr…
-¿Cómo?
-Muy simple. Te pasan a buscar para entrenar el lunes, te invitan a un asado el miércoles y te dicen “preparáte que el sábado tenemos una carrera en las sierras o en Buenos Aires”. Y el tipo que quiere mucho el ciclismo, se va a todos lados… No está nunca en la casa. Y no le importa dejar el fin de semana a la mujer y a los hijos solos…
-Y usted tuvo que elegir entre la bici y su mujer…
-Por supuesto… -responde el hombre con un laconismo irrebatible, como lo hará cada vez que le pregunte cosas que admiten sólo una respuesta.
Memorias de un hombre todoterreno
-Cuénteme, entonces, cómo empezó a correr…
-Fue al poco tiempo de trabajar con mi padre. Yo tendría 13 o 14 años, y él me dijo “a esta bici la preparé para vos, para que empecés a correr”… Y me dio esa que está colgada ahí, una pistera preciosa… Mi padre armaba bicis para los corredores de Villa María en tiempos en que no venían de fábrica como ahora…
-¿Y usted qué dijo?
-Le dije que sí en el acto. ¿Qué le iba a decir? Él jamás me preguntó si me gustaban o no las bicis o si quería hacer otra cosa en la vida… Y tuvo suerte, porque a mí me encantaban… Con decirte que todas las siestas me iba al taller a soldar cuadros con él…
-¿Dónde se corría por esas épocas?
-¡Por todos lados! En los años ´50 y ´60, el ciclismo era muy popular en Villa María. Cada barrio tenía su competencia, como pasaba en Las Playas cada 12 de octubre o en los clubes, que tenían su fecha fija. Acá, el aniversario de la ciudad se celebraba con una gran carrera. Y lo mismo pasaba en pueblos como La Palestina, La Playosa o Ballesteros Sud. En Villa Nueva, la carrera del 25 de Mayo era una fija. Ni hablar de las carreras en las sierras, como los 120 kilómetros del Pan de Azúcar o la doble del Dique Los Molinos.
Y haciendo una pausa, Francisco recuerda cómo viajaba con su padre en moto a todos esos lugares; desarmando la bici y atando las ruedas a los costados para luego agarrarse al cuadro y al torso de su progenitor, ambos esqueletos apretados en un mismo abrazo.
“El primer año que se celebró la Fiesta Nacional del Maní, en Hernando, fue en el año ´57. Y a la primera carrera que se hizo, la gané yo… Me acuerdo que era una pista de tierra provisoria, con una parte que pasaba atrás del campo y una curva entre los choclos… Eran unos 35 kilómetros… Yo tenía 15 años y todavía tengo el trofeo. Pensé en niquelarlo y devolverlo como donación a la gente de allá… ¿Lo ves? Es aquel de allá arriba, que apenas brilla entre los repuestos…
-¿Cuál es la carrera que más recuerda?
-Fue en el año ´57 también, pero salí segundo. Con mi padre íbamos a competir a Córdoba muy seguido. Pero esa vez, él me dijo que hiciéramos una parada en Oncativo, que había una carrera muy buena. Era a 60 vueltas en un circuito alrededor de una cancha. Se decía que participaría un vecino nuestro de Villa Nueva, Andrés Schmidt. El “Alemán” venía de ser campeón argentino en La Pampa y cuando llegó, lo recibieron con una ovación. A mí no me conocía nadie… Qué me iban a conocer, si sólo tenía 15 años…
-¿Y qué pasó ahí?
-Pasó que, a las pocas vueltas, nos cortamos solos con Schmidt, pero a todos los embalajes se los ganaba yo… Así que el público se empezó a poner a favor mío, porque yo era un mocoso… Pero él me ganó en las últimas vueltas, encerrándome contra el cordón. Era mucho más canchero que yo y algunos, en la tribuna le decían cosas… Pero esa no era una carrera para él, que estaba hecho para la ruta y los largos trechos. Schmidt era de tiempos de grandes ciclistas de acá, como el “Laucha” (Francisco) Abellonio que ya falleció, o (Guillermo) Peretti que todavía vive y corrió hasta los 80 años… Esa vez, cuando llegué a la meta, mi padre me abrazó por más que salí segundo. Y eso fue todo lo que a mí me importó ese día…
Los trabajos y los kilómetros
-Y entonces dejó las pistas y se quedó en el taller…
-Por supuesto… -me responde por segunda vez en la entrevista. Y cuando entra uno de sus hijos al taller, veo que le dio resultado el haber cambiado las carreras por la familia. De todos modos, en dos minutos me sintetiza la historia de su emprendimiento.
“Me casé en el ´65 y ese mismo año dejé las carreras. En el ´67 me puse solo con la bicicletería en Villa María. Era en un local de la Cortada Garibaldi. Después me trasladé a la calle San Juan, casi al frente de la Placita de Ejercicios Físicos, y de ahí a Mariano Moreno y Buenos Aires, donde había una confitería…
Cuando vine a Villa Nueva en el 2000, trabajaba hasta los domingos. No sólo porque quería ganarme la clientela sino porque en Villa María armaba bicis para Cycles Mundo y Tesán. En esos tiempos, las bicis no venían listas como ahora; así que tenías que ensamblarlas y afinarlas. Mientras arreglaba en el taller, a las cinco bicis las armaba en tres o cuatro días. Pero si me ponía con eso, sólamente, me armaba las cinco en una tarde”.
-¿Cuántos bicicleteros quedan en la ciudad?
-Que tengan herramientas y arreglen todo tipo de bicicletas, somos nada más que cuatro; dos en Villa Nueva y dos en Villa María. Yo siempre me pregunto por qué no salen nuevos bicicleteros o por qué a los más jóvenes no les interesa el oficio, porque trabajo no falta…
-Hace poco, me dijo que se retiraría el 31 de diciembre del 2023, pero por lo visto sigue aquí…
-Sí, me quise retirar el último día del año pasado, pero en el barrio no me dejaron (risas) Cuando le dije a las mujeres que cerraba, me decían desesperadas “¿Y a dónde vamos a llevar la bici, ahora?”.
-¿Cuántas bicis arregla por mes?
-Nunca llevé la cuenta; pero como había decidido cerrar, la hice por primera vez y por simple curiosidad. Y en diciembre arreglé cuatrocientas… Pero hay meses en que hago muchas más…
-Empezó como bicicletero en el primer gobierno de Perón y llegó hasta Milei. ¿Cómo fue esa carrera por una pista no siempre pavimentada?
-Nunca me metí en política… Pero lo que te puedo decir, es que en tiempos de Perón, los ferroviarios eran los que mejor ganaban. A ellos les fiábamos siempre. Ellos cobraban el 8 y al otro día, es decir el 9, venían y te pagaban sin necesidad de firmar nada. Era gente muy honesta que usaba la bici para ir al trabajo. En tiempos de hiperinflación de Alfonsín y cuando la nafta aumentaba todas las semanas, la gente empezó a sacar más la bici. Y ahora pasa más o menos lo mismo…
-¿Se sigue usando la bici para ir a trabajar?
-Cada vez más. Por más cara que sea una bici, sigue siendo el transporte más barato que existe. También hay gente que la usa para hacer deporte o como recreación… De hecho, yo mismo salgo todos los sábados… Ya no pedaleo como antes, pero me doy la vuelta entera a la ciudad… No te creas…
-Por lo que me dice, la Bicicletería Pérez y su escudería, no tienen sucesor…
-No lo tienen porque mis hijos se han dedicado a otra cosa y porque, como te digo, las nuevas generaciones no tienen interés… Y la escudería murió hace mucho… Teníamos unas camisetas a cuadritos verdes y rojas preciosas. Decían “Bicicletería Pérez” en el pecho… Y hasta los chicos se la ponían cuando había carreras en los barrios…
-¿Y hasta cuándo va a trabajar usted, Francisco?
-A eso lo sabe sólo Dios… Tengo la suerte de hacer algo que me encanta y me mantiene vivo. Pero por más que quiera cerrar mañana, no lo puedo hacer… Tengo un montón de trabajo que entregar, bicis que vender y otras arregladas que no vinieron a buscar jamás… Una treintena, por lo menos… Es muy probable que los dueños se hayan olvidado, pero yo tengo la obligación de guardárselas hasta el último día…
Ciclista tallado a mano
Apago el grabador y charlamos unas palabras más con el hombre que arregló más de 300 mil bicis en su vida, a juzgar por su última estadística. Me dice algo más de las carreras y también me cuenta que jamás trabajó con teléfono, que a su celular no lo tiene nadie y que sólo se maneja con la palabra.
“Si yo te digo que la bici está lista el lunes, vos venís el lunes y la tenés” (Y este periodista, da fe de la veracidad de esta aseveración). Pero al moverme de mi lugar y pararme contra la puerta, veo fugazmente un objeto circular que brilla tras el hombre; es una suerte de “ojo de luz” mirándome entre las cámaras negras.
Le pregunto a Francisco qué es. “¿Esto?” me dice el hombre agarrando entre sus manos la esfera cromada. Y entonces distingo, nítida, la figura de un ciclista en medio de un círculo; casi una metáfora metálica de toda carrera o de la vida misma.
“Esto lo talló mi padre para una moto que tenía él… Era una Alpina 200… Después la vendió y dio vueltas por varias manos hasta que al final la terminé comprando yo… Y al ciclista que talló mi padre, me lo quedé también… Vale para mí más que todas las medallas juntas…”.
Y entonces entiendo que, a su manera, Francisco Pérez también fue “tallado a mano” por su padre. Como ciclista y persona. Como deportista y bicicletero. Tallado en el don del trabajo y la palabra, de la familia y de las obligaciones. Y que a esos laureles que supo conseguir, los exhibe con orgullo.
Poco le importan las copas que duermen en los estantes tras los repuestos. Poco le importa aquella carrera que no pudo ganarle al “Alemán” Schmidt o cualquier premio que ganó o que perdió.
Yo lo veo doblando la curva por el camino de choclos del ´57, esperando abrazarse en la llegada con ese hombre que tanto se parece a él y que lo espera, siempre, hasta el último día.